28 oct 2009

Thomas Sankara, el Che negro

Thomas Sankara fue un presidente africano atípico, fuera de la (triste) norma según la cual todo país de África debe ser gobernado por un dictador aficionado a regar de sangre las calles y los campos de su país, o ser títere de la potencia colonial de turno que nominalmente le cedió la independecia pero que sigue exprimiendo sus recursos como en la gran época de las colonias.

Este era el caso de Alto Volta (en la actualidad Burkina Faso), con Francia «rentabilizando el producto» antes y después de la independencia del pequeño país africano y ajena (siempre que no tocara sus intereses) a la larga lista de militares que daban golpes de Estado o lo que quedaba de él para que todo siguiese igual o peor que antes y tan solo cambiase el destinatario del trozo de la tarta del dinero y el poder. Thomas Sankara también era militar, y también fue ministro de algunos de esos gobiernos. Desde su privilegiada posición y con la ayuda de otros militares afines a sus ideas comunistas (entre ellos el actual presidente Blaise Compaoré), protagonizó un nuevo golpe de Estado. ¿Otro más? Esta vez iba a ser diferente.

De padres católicos, Sankara estuvo a punto de ser sacerdote, pero finalmente acabó enrolado en el ejército. Desde muy joven se sintío atraído por las ideas marxistas, las mismas que pondría en práctica años después. En 1976 fue uno de los fundadores del «Grupo de Oficiales Comunistas», que a la postre daría el golpe que cambió la historia del país. Su primera experiencia en el gobierno militar fue desastrosa: dejó su cargo de Secretario de Estado por graves diferencias con el poder y maldijo a sus líderes. Años más tarde, en 1982, tras el enésimo golpe de Estado que esta vez trajo al poder a Jean Baptiste Ouedraogo, fue elegido Primer Ministro y pudo contar con algunos de sus colegas del «Grupo de Oficiales Comunistas» para formar gobierno. Aquí empezó la primera aventura reformista de Sankara, pero duró muy poco. Fue arrestado semanas después junto con su «tropa» de comunistas (tras una visita del hijo del entonces presidente francés, el recientemente detenido Jean Christophe Mitterrand, oh casualidad), lo que produjo una sublevación popular que dio origen al famoso levantamiento de 1983, que llevó a Sankara a la Presidencia. Aquí comienza la historia de un sueño de cinco años, el de la «Tierra de la Dignidad» («Burkina Faso» en lengua Mossi y Dyula, las mayoritarias de aquel país).

Precisamente, una de las primeras medidas que tomó Sankara, más simbólica que otra cosa, fue cambiar el nombre del país, de Alto Volta a Burkina Faso, justo un año después de su ascenso al poder. Promovió una revolución «popular y democrática», con los pilares Educación y Salud Pública como prioridades, una política destinada entre otras cosas a acabar con la hambruna, igualar los derechos de la mujer a los del hombre (algo inédito hasta la fecha en el continente africano, sobre todo en esa zona del África Occidental), combatir la corrupción, impulsar una reforestación a gran escala y suprimir los poderes de los jefes tribales. Para articular todos estos cambios no sólo se apoyó en el ejército, sino que creó los llamados «Comités de Defensa de la Revolución», organizaciones populares armadas encargadas de velar por la revolución en marcha. Uno de los puntos negros del mandato de Sankara fueron algunos de estos comités, que degeneraron en bandas incontroladas de gangsters que sembraban el terror entre la población cercana a su radio de acción (o en el mejor de los casos «recolectaban» prisioneros políticos, que dicho sea de paso contaba con el beneplácito de las autoridades).

Como ya he comentado, mejorar el status social de la mujer era una de las metas principales del gobierno de Sankara (que, dando ejemplo, estaba formado por muchas mujeres). Comenzaron por abolir la ablación, condenar con la cárcel la poligamia y promover el uso de anticonceptivos. Esto era toda una novedad en África, y de hecho Burkina Faso fue el primer país africano en reclamar la máxima atención para el SIDA en todo el continente por la tremenda expansión que estaba sufriendo. Por cierto, la guardia personal motorizada del presidente estaba formada únicamente por mujeres.

Una de las iniciativas más sonadas que adoptó Sankara fue vender toda la flota gubernamental de coches (lujosos Mercedes Benz) y convertir al Renault 5 (el vehículo más barato de los que se podían encontrar en Burkina Faso) en coche oficial del gobierno. En la capital Uagadugú, convirtió un importante almacen militar en un supermercado, el primero del país. Era un pequeño reflejo del progreso que empezaba a experimentar la sociedad burkinesa, que por fin veía algo de luz tras décadas de zozobra. Por desgracia todas las esperanzas fueron echadas por tierra en 1987. Burkina Faso tenía países fronterizos muy inestables, peligrosos y hostiles, y ya en 1985 hubo un serio conflicto con Mali. El gobierno de Sankara los afrontó con relativo éxito, pero algunos militares de alto rango (con Compaoré, antiguo amigo de Sankara, a la cabeza) usaron estas tensiones para urdir un golpe de Estado y saciar sus ansias de poder. El 15 de octubre de 1987 Thomas Sankara y doce oficiales más fueron asesinados por los golpistas. Los «Comités de Defensa de la Revolución» montaron una defensa armada durante varios meses pero no pudieron con Compaoré y su tropa. El nuevo gobierno enarbolaba las mismas banderas y sostenía un lenguaje político ideológicamente similar al de Sankara, pero en la práctica fue todo lo contrario. El «Ché Guevara de África», como algunos lo apodaban, no pudo terminar su obra. Pero como él mismo dijo una semana antes de su asesinato: «mientras que los revolucionarios como individuos pueden morir en cualquier momento, nunca podréis matar sus ideas».

(Artículo traducido de la web burkinesa ThomasSankara.net del francés al castellano)

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